martes, 30 de agosto de 2011

Restaurante Milagros

Si me lo llegan a decir hace unos meses me hubiera echado unas buenas risas. Y es que me veía en cama hasta el momento del parto, y fíjate por dónde, he podido celebrar mi cumpleaños disfrutando de una excelente comida con mi marido en el Restaurante Milagros, en Barrika.

Ya conocíamos el local, de nuestros años mozos, y varias veces habíamos disfrutado de sus cenas. Pero hoy tocaba comida, ya que la peque manda. Y la verdad es que no nos ha defraudado.

Se trata de un local que recuerda a la peli "Antes de Amanecer", con una terraza chill out que invita a desconectar el móvil siempre. Su interior es acogedor, y sugiere tanto un local de copas como un espacio para comer sin grandes alharacas, con poca capacidad, pero con una grata sensación de afabilidad y comodidad. Vamos, que te sientes muy requetebien.

La carta es una delicia para los sentidos, empezando por la originalidad de su redacción. Tanto, que a veces no sabes qué pedir, y puedes o bien abrasar a preguntas al camarero, o dejarte seducir por la musicalidad de los nombres y arriesgar tu paladar. Sin caer en el riesgo porque insisto, cualquier opción de su carta resulta excelente.

El pan es excelente, sirven un cestillo con variedad de panecillos de semillas, de nueces, chapatas... Empezamos muy bien. La carta incluye también una específica de aguas en las que llama la atención la originalidad de las botellas.

Nosotros comenzamos por una ensalada vertical, refrescante opción a base de naranja, pomelo, tomate, palmitos y queso feta. Aderezado con una vinagreta muy curiosa y con una composición en forma de cilindro sobre unos platos que llaman la atención.

A continuación, dos empanaditas, una de mozzarella, tomate y albahaca y la otra de carne cortada a cuchillo con salsa de chile serrano.

Como segundos, Agus optó por el bloque de atún, a la brasa y con salsa de jalapeños, con hongo de plata y puerros asados. Yo elegí el magret de pato con violetas. Llamaban la atención los platos, sobre todo el del magret, servido sobre una placa de madera con un minibrasero para terminar de hacer la carne. Una pasada. De estas ya no tenemos fotos más que de los platos vacíos, buena señal :-).

Y lo mejor, al menos para mí, los postres. Agus elegió el volcán de chocolate con dulce de leche, pero yo opté por la torrija empapada en juanolas, una elección sólo apta para los amantes del regaliz, pero que no deja indiferente. Impresionante combinación. Tan espectacular, que ni de los platos vacíos tenemos fotos.

En resumen, un local más que recomendable, tanto para disfrutar de unas copas como para degustar una más que agradable comida o cena en buena compañía.

 

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