Este fin de semana hemos pasado una estancia sumamente agradable en Ezcaray, con motivo de nuestro sexto aniversario. Mi objetivo, que Agus, amante empedernido de esta localidad montañera, conservara para siempre el grato recuerdo de ver en él a sus hijas Leire y June, tocar la nieve por primera vez.
Sin duda, uno de los elementos que ha contribuido a que mis expectativas quedaran más que satisfechas, fue sin duda la elección del alojamiento. No fue algo premeditado, confieso que la elección fue sencillamente porque, pese a la crisis, no había ningún sitio libre de los que ya conocía, y las imágenes de estos apartamentos, así como las opiniones, no tenían mala pinta.
Y vaya que no la tenían.
Sencillamente, perfectos. Recientemente inaugurados, el acceso a los apartamentos se hace por un antiguo portón de madera que nos conduce a una galería exterior con una casita donde se albergan los encargados, y un pozo a la antigua usanza.
Los apartamentos, equipados al detalle, en nuestro caso un ático de dos habitaciones y un espacio diáfano que hacía las veces de salón y de cocina-comedor, equipado con todo lo imaginable.
Servicio de café y galletas a nuestra disposición. Así como bañera y cuna, trona y alfombra de juegos si hubiera sido preciso, sin cargo (en el caso de la cuna, si llevábamos nosotros la ropa de cama). Así como un 10% de descuento en el restaurante, en el supuesto de utilizarlo.
Flanqueado por ventanales en toda la estancia, muy luminoso, con muchos, muchos detalles que lo personalizaban sin caer en la exageración.
¿Pegas? Ninguna. Tal vez la cama de matrimonio un poco pequeña, y que no había horno, lo que trastocó un poco la cena. Pero detalles nimios al fin y al cabo, que no deslucen en absoluto un entorno sumamente recomendable, para repetir si hay opción, sin dudarlo.
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